Competiciones

El gran cisma del baloncesto occidental

La escalada de tensión entre la Euroliga y la Fiba, los dos máximos reguladores en el Viejo Continente, ha abierto un conflicto de difícil solución. Se ha puesto de frente es el choque entre dos modelos de negocio diferenciados: el tradicional, liderado por las federaciones; y el privado, más próximo a la NBA y avalado por los clubes con mayor potencial económico de Europa. 

Álvaro Carretero

24 oct 2019 - 04:56

La escalada de tensión entre la Euroliga y la Fiba, los dos máximos reguladores en el Viejo Conti-nente, ha abierto un conflicto de difícil solución en el deporte de las canastas. Y es que más allá de los intereses de cada entidad, lo que se ha puesto de frente es el choque entre dos modelos de negocio diferenciados: el tradicional, liderado por las federaciones; y el privado, más próximo a la NBA y otros deportes estadounidenses, avalado por los clubes con mayor potencial económico de Europa.

 

 

En el año 1378, el cónclave para elegir a un nuevo Papa culminó con el llamado Cisma de Occidente, que fragmentó la Iglesia Católica mientras Urbano VI y Clemente VII se disputaban el control de la institución. Después de tres años de conflicto, se intentó buscar una solución basada en el concilio, que aun así tardaría casi cuarenta años en llegar. Hoy, este precedente eclesiástico se ha trasladado al baloncesto europeo, aunque también afecta al fútbol y a otras disciplinas.

 

 

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Cinco años en el negocio en el deporte, Cinco años de Palco23

 

 

Se trata de dos modelos de negocio enfrentados: el tradicional, regulado por las federaciones, y el privado, gestionado por empresas y los clubes con mayor potencial económico, siguiendo la estela de las competiciones norteamericanas, como la NBA y la NFL. En estos cinco años el conflicto entre la Federación Internacional de Baloncesto (Fiba) y la Euroliga no dista en exceso del que ya se produjo a principios del siglo XXI, pero sí que se ha recrudecido debido al boom económico que está experimentando la industria del deporte.

 

El que podría ser perfectamente un triangular de baloncesto europeo se puede resumir así: la Fiba ha intentado recuperar el control de las competiciones continentales de clubes, a las que renunció en 2002 ante la influencia creciente de la Euroliga.

 

 

 

 

Por otro lado, Euroleague Commercial Assests (ECA) ha abierto un nuevo frente contra las ligas domésticas imponiendo un calendario sin consensuar y culminando su proyecto de torneo cerrado. Y las competiciones nacionales, que aún tratan de mantener el pulso con la gestora por defender su autonomía y los méritos deportivos como vía de acceso a Europa, también discrepan con la federación internacional. En este caso, por saturar aún más el calendario con la creación de las ventanas clasificatorias para el Mundial y los Juegos Olímpicos (JJOO).

 

Entre tanto, los torneos nacionales han atravesado una de las peores crisis económica y de identidad de su historia. Pese a que en la segunda mitad de la década de 2010 se ha puesto fin a la sangría que ha debilitado notablemente los ecosistemas deportivos locales, los efectos aún colean. La distancia entre los clubes con más recursos financieros, es decir, los que compiten en Euroliga e, incluso, Eurocup, con el resto, se ha acrecentado. Y los aficionados, por su parte, han acusado el cansancio de perseguir las retransmisiones, en lugar de tenerlas accesibles, y de que los conflictos extradeportivos delimiten la actividad y la conversación, en lugar de que sea el propio deporte el protagonista.

 

Las ventanas de clasificación, que se presentaban inicialmente como una alternativa más justa para acceder a las máximas competiciones internacionales, no han tenido el efecto deseado. Eslovenia, la última campeona de Europa, se quedó fuera del Mundial porque no superó dicha fase clasificatoria. Lo mismo ha sucedido con otras selecciones como Croacia y Letonia, cuyas estrellas juegan en la NBA y no podían acudir a estas citas.

 

 

 

 

De hecho, estos partidos han sido disputados por una suerte de combinados de segunda fila, en los que jugadores más jóvenes han tomado el testigo, pero con el riesgo de faltar a los grandes eventos estivales. “No creo que se deba continuar así, no es el camino adecuado; ya lo hemos experimentado, pero debería cambiar con el nuevo ciclo olímpico y combinar mejor los intereses para diseñar un calendario más armónico”, opinó Sergio Scariolo tras cerrar la clasificación de España para el torneo mundialista.

 

La opinión del seleccionador se ha extendido por el continente; Sarunas Jasikevicius, entrenador del Zalgiris Kaunas lo calificó como “un sistema desastroso”, mientras que Ettore Messina, extécnico de Italia, opinó que era “humillante”. “Es una historia interminable; tengo curiosidad por ver cuál será el siguiente paso en este brillante concurso de cerebros que llevamos viendo en estos últimos dos años”, zanjó el italiano.

 

La Fiba defiende que los 76 partidos disputados desde noviembre de 2017 alcanzaron una audiencia de 312 millones de aficionados a través de las plataformas digitales, y que por las gradas han pasado 310.000 espectadores. Por otro lado, los equipos argumentan que, por ahora, las ventanas sólo han beneficiado a las federaciones, pues consiguen generar un goteo de ingresos más constante a lo largo de todo el año, y no sólo con los partidos durante las preparaciones de verano.

 

 

 

 

Sin embargo, el esfuerzo lo han pagado los clubes más modestos, como Movistar Estudiantes, Joventut de Badalona o Iberostar Tenerife, entre otros, ya que ante la renuncia de los grandes referentes de cada país, han sido los jugadores de segundo rango los que han tenido que asumir dicha carga, lo cual sólo contribuye a congestionar aún más el calendario sin percibir ningún beneficio con estos parones.

 

Por otro lado, la federación internacional también criticó el modelo de la Euroliga y aseveró que “la realidad es que la ECA considera a las selecciones una parte innecesaria e inquietante de la familia del baloncesto y, por lo tanto, ha propuesto reducir aún más su presencia en el calendario, marginándolas en un pequeño rincón del verano y aumentando innecesariamente la carga de trabajo de los jugadores después de una dura temporada con los clubes”.

 

Sin embargo, a diferencia del fútbol y otros deportes, los combinados nacionales nunca habían tenido presencia durante las temporadas regulares. En medio de este conflicto, se han convertido en el ariete con el que la Fiba trata de ejercer presión en el baloncesto europeo, ya que son su único y mayor activo.

 

 

 

 

 

La Fiba desafía a los grandes clubes con su Basketball Champions League

 

Ese es uno de los motivos por los que se puso en marcha la Basketball Champions League (BCL) en 2016, que también ha supuesto un nuevo elemento de desorientación para un aficionado que ya no sabe ni cuándo debe ir al pabellón, ni en qué canal ver cada torneo.

Hasta 2015, la Fiba mantuvo bajo su dirección la denominada Eurochallenge, una competición de tercer nivel que ocupó el mismo escalafón en el que hoy se encuentra la BCL. 

 

Era el último intento de dar continuidad a la antigua Copa de Europa, que disputó su última edición en 2002 bajo el nombre de Suproliga, antes de pasar a manos de la Euroliga. El torneo cesaría su actividad en 2015 para preparar la nueva BCL, cuyo objetivo era rivalizar con la Eurolga y la Eurocup. Sin embargo, los principales integrantes de ambas competiciones renunciaron a cambiar de competición.

 

Entre los motivos se encuentra que la Fiba estableció un presupuesto de 4,4 millones de euros para repartir entre 32 equipos, mientras que la Euroliga, que ese año repartió 36 millones de euros entre 16 clubes, casi ha duplicado esa cantidad a cierre de 2018-2019. De hecho, de los 4,4 millones de euros presupuestados por la federación internacional, el 72,3% se destina a la fase regular y entre los primeros eliminados y el ganador del torneo hay una diferencia de entre 20.000 euros y 400.000 euros.

 

 

 

 

Los premios económicos, por tanto, no han supuesto un incentivo para los clubes, que incluso arriesgan sus proyectos en las ligas nacionales por participar en la BCL. Los últimos casos han sido Ucam Murcia y Montakit Fuenlabrada, que en apenas un año pasaron de jugar en Europa a mirar a los puestos de descenso, además de tener que incrementar sus partidas presupuestarias para hacer frente a ambas competiciones.

 

Por eso, conjuntos como Reggio Emilia y Dinamo Sassari renunciaron a participar en la primera temporada para disputar la Eurocup, aunque las amenazas de sanciones económicas y deportivas de la federación italiana les obligaron a dar marcha atrás. La Fiba, incluso, llegó a amenazar con prohibir competir en el Eurobasket a las selecciones cuyos clubes priorizasen jugar en la Eurocup, aunque nunca llegó a aplicarse dicha sanción.

 

 

Incluso Adam Silver, comisionado de la NBA, tuvo que emitir una llamada al entendimiento durante el partido oficial disputado en Londres en 2018: “Me preocupa la mala relación entre la Euroliga y la Fiba y, aunque estamos un poco apartados de esa controversia, puesto que la NBA vive con otras reglas, espero que trabajen sus diferencias”. “Para que el deporte siga creciendo en Europa necesitamos algo más que la NBA; son necesarias ligas, clubes y organismos potentes”, afirmó el comisionado.

 

 

 

 

De hecho, la Fiba nunca se ha posicionado en contra de la liga norteamericana de baloncesto y su modelo de competición cerrada, sino que siempre ha optado por mantenerse al margen de los intereses del gigante del deporte de la canasta.

 

En todo caso, la línea siempre ha sido la de tender puentes para encontrar sinergias entre ambas entidades. Así se demuestra con la creación conjunta de la Basketball Africa League (BAL), la primera liga panafricana, que se pondrá en marcha en 2020. O con la ausencia de sanciones a la liga o a sus franquicias si los jugadores renuncian a participar en las ventanas u otras competiciones.

 

Patrick Baumann, el malogrado secretario general de la federación internacional, sostenía que “desde la década de 1960 en la NBA juegan exclusivamente como una liga cerrada y viven en su espacio, que se ajusta al escenario deportivo de Estados Unidos; tenemos una excelente relación desde finales de la década de 1980, desde  que mi predecesor Borislav Stankovic y David Stern acordasen liberar a los atletas para que eligieran si querían participar en nuestros torneos”.

 

 

 

 

La Euroliga busca inspiración en el modelo NBA

 

La única organización que en los últimos años ha logrado pasar por Europa sin abrir nuevas trincheras ha sido la NBA, que ha logrado reforzar su valor de marca a través de la celebración de partidos oficiales y de pretemporada, de torneos no profesionales e incluso remodelando canchas callejeras en diferentes ciudades; algo que ni Fiba ni Euroliga han logrado nunca.

 

Todo ello mientras las ligas nacionales, que han atravesado una profunda crisis económica y de identidad en la última década, tratan de recuperar la estabilidad en los proyectos de sus clubes y mantener una cierta independencia en sus torneos. Además, por el camino ha importado a todos los talentos jóvenes a golpe de talonario y mejores opciones de progreso en sus carreras. La presencia de los extranjeros, que actualmente equivalen a un tercio del total de jugadores de la liga, ha sido clave para impulsar las audiencias en todo el mundo. Incluso, en la última temporada han dominado los premios individuales que se reparten, llevándose cinco de los seis galardones.

 

Estas son algunas de las razones por las que la NBA se ha convertido en el último lustro en el gran referente para la Euroliga, que aspira a replicar su modelo de competición y de reparto de ingresos. En el caso de la competición europea, en 2017-2018 facturó 58,8 millones de euros, el doble que el año anterior, de los que más del 50% proceden de los derechos audiovisuales.

 

 

 

 

Pese a que aún están lejos de la NBA, que en octubre de 2014 acordó un nuevo contrato televisivo por 24.000 millones de dólares (21.367 millones de euros) entre 2016 y 2025, ya se han dado los primeros pasos para negociar un convenio colectivo entre jugadores y clubes, siguiendo el modelo de torneo cerrado. A tal fin se constituyó la Asociación de Jugadores de la Euroliga (Elpa), el 19 de mayo de 2018, a imagen y semejanza de la Nbpa. Los primeros pasos giran en torno a cuestiones como el calendario y ciertas mejoras logísticas, pero a medida que la ECA consolide su sistema de competición, se abordarán las cuestiones más relevantes en materia económica.

 

Más allá de las cuestiones de negocio, lo que sí comparten todas las entidades europeas es la capacidad tractora que ha ganado la NBA entre los jóvenes talentos extranjeros. El despegue económico de la liga ha provocado que el límite salarial prácticamente se duplique en apenas cinco años o, lo que es lo mismo, que las franquicias puedan invertir el doble de dinero para firmar a los jugadores. Un ejemplo: en 2014 el número 1 del Draft, Anthony Bennett, cobró 4,4 millones de dólares (4 millones de euros) en su primera temporada, mientras que Zion Williamson, primera elección en 2019, alcanzará 9,7 millones de dólares (8,6 millones de euros).

 

¿Cómo se traduce esta situación a nivel internacional? En que la fuga de talentos se ha acelerado y cada vez se marchan siendo más jóvenes, por lo que el rédito de formar a un jugador disminuye. Ningún equipo europeo puede rivalizar con los contratos que se ofrecen desde la NBA, ya que un novato puede ganar entre cinco y diez veces más en su primer año en EEUU que en Europa.

 

 

 

 

 

A esto se une el factor de la formación universitaria, ya que cada vez son más los que apuestan por dar el salto a la Ncaa para compatibilizar estudios con deporte de alto rendimiento, algo casi imposible en sus países de origen, que carecen de un sistema que compagine ambas formaciones.

 

Por otro lado, el despegue de la NBA coincide con algunos de los años más difíciles del baloncesto europeo, que en lugar de mirar a las canteras como recurso, optó por veteranos con experiencia para salvar de la quema proyectos al plazo más inmediato. El contexto recesivo ha hecho que las oportunidades coticen al alza y el baloncesto Fiba pierda esa etiqueta que durante toda su historia le ha acompañado, garantizando el sello de la calidad en la formación de talentos.

 

Ahora, de la mano de referentes como Giannis Antetokounmpo, Luka Doncic, Kristaps Porzingis y Domantas Sabonis, que dieron el salto con 18 años, la NBA aparece como una opción más atractiva no sólo a nivel económico, sino también deportivo, ya que las franquicias tienen a su disposición personal dedicado exclusivamente a esta faceta y todos los avances tecnológicos en materia de desarrollo.

 

 

 

 

La brecha salaria que frena la expansión europea

 

De hecho, en Estados Unidos la escasa demanda obliga a muchos jugadores sin hueco en la NBA o la G-League a mirar a Europa, lo que le convierte en el país exportador de talentos por excelencia, con 1.665 atletas que hicieron las maletas hacia el Viejo Continente en 2018. Ninguno de ellos, sin embargo, supone una gran pérdida comercial, ya que sólo se marchan aquellos que no encuentran hueco en la liga.

 

Es más, muchos de ellos mantienen vivo el sueño de regresar con un contrato en la NBA, como ha sucedido con los últimos casos de Matt Thomas, ex de Valencia Basket, o de Mike James y Shane Larkin, ambos ex de Baskonia, entre otros. Por el contrario, 486 baloncestistas emprendieron el camino opuesto, llegando desde otras partes del mundo a Estados Unidos.

 

En Europa, sin embargo, en lugar de trabajar por impulsar un sistema de formación común, que garantice la transición hacia el profesionalismo y desarrollar una carrera en estos clubes, el ecosistema del baloncesto se ha fragmentado tanto que se ha abierto un nuevo escenario. El nivel competitivo se ha elevado debido a la mayor presencia de norteamericanos, que migran debido al encarecimiento de las oportunidades en su país derivado de la explosión internacional.

 

 

 

 

Pero esa presencia también supone una mayor  carga de salarial y menos oportuidades para la formación, que ahora ya no sólo emigran a EEUU para dar el salto al profesionalismo, sino que se integran en sus sistemas académicos. La estrategia, por tanto, pasa por formar a las nuevas generaciones, de donde saldrán los futuros activos del deporte de élite. En el caso de España, este tránsito se ha traducido en una pérdida de jugadores constante, ya que en 2018 se ficharon más atletas (781) de los que se exportaron (461).

 

La tendencia que se refleja en suelo español es aplicable al resto de Europa, que ya no es un player tan influyente, dado que no hay un objetivo compartido en materia de formación. Los clubes de las ligas más fuertes se llevan a las promesas europeas antes de alcanzar siquiera la adolescencia, debilitando el desarrollo en sus países de origen y minando la identidad de los proyectos de cantera, que se basan en encontrar el siguiente talento con el que poder comerciar. Esta es otra de las tendencias que ha configurado el baloncesto europeo durante los últimos cinco años, reflejo de la división del Viejo Continente.

 

De hecho, ninguna de las ligas europeas con los clubes más fuertes está ya entre las que cuentan con más jugadores sub 21 nacionales en sus filas, con España en el puesto número 14, la VTB decimotercera, y Grecia en undécimo lugar. Mientras el conflicto prosigue con la escalada de tensión, los clubes y las ligas nacionales tratan de aflojar el nudo que ha enquistado el baloncesto europeo, con Fiba y Euroliga tirando en direcciones opuestas.

 

 

 

 

En este escenario de tintes belicistas, apenas queda espacio ni recursos para pensar en el aficionado, el eje sobre el que pivota la industria y que cada temporada trata de descifrar por dónde ver cada torneo; si tiene que ir al pabellón de su equipo un miércoles o un sábado, o en qué canal debe seguir cada competición.

 

Y muchos de ellos, especialmente a las nuevas generaciones, poco o nada les interesa un conflicto que se remonta al siglo pasado y que les impide disfrutar de una de sus aficiones. Y, así, la atención se ha ido dispersando hacia otras competiciones como la NBA, donde se concentran los nuevos referentes europeos y que, gracias a la globalización y las redes sociales, ahora sienten más cerca que nunca.

 

 

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Cinco años en el negocio en el deporte, Cinco años de Palco23

 

 

Y, sobre todo, porque aporta la facilidad para ver un partido sin esfuerzo y con la garantía de disfrutarlo sin distorsiones de fondo. Desde 2015 a 2019, años en los que se ha conformado el nuevo sistema de selecciones y el modelo cerrado de la Euroliga, en vez de tener puentes, se ha socavado una nueva trinchera de la que en algún momento deberían salir.