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Especial 2021: Un año para volver

El año en que nació y murió la Superliga que quiso cambiar el poder en el fútbol europeo

Doce de los clubes de fútbol más poderosos de Europa anunciaron la creación de una liga europea al margen de la Uefa. El proyecto, que pretendía transformar el negocio europeo del fútbol, murió en cuestión de horas.     

El año en que nació y murió la Superliga que quiso cambiar el poder en el fútbol europeo
El año en que nació y murió la Superliga que quiso cambiar el poder en el fútbol europeo
Pese a la desvinculación de nueve de los doce equipos fundadores, la Superliga siguió avanzando en la creación de su estructura jurídica con el objetivo de no ser atacada por organismos como la Uefa o la Fifa

A.Ferrer

28 dic 2021 - 05:00

Especial 2021: un año para volver

 

Después de años de especulaciones e informaciones sobre la creación de una nueva competición europea llamada a sustituir la Champions League, el 18 de abril se anunció el nacimiento de la Superliga europea. El proyecto, cuyo anuncio suponía una afrenta a la Uefa y a las competiciones nacionales de fútbol, contaba con el apoyo de doce pesos pesados de este deporte en el viejo continente: tres españoles, Real Madrid, FC Barcelona y Atlético de Madrid, seis de la Premier League, Liverpool FC, Manchester City, Manchester United, Arsenal FC, Chelsea y Tottenham Hotspur, y otros tres de la Serie A, AC Milan, Inter de Milán y Juventus.

 

Su objetivo, según el comunicado conjunto preparado para entonces, era salvar el negocio del fútbol tras el Covid-19 y una crisis estructural que conduce a una progresiva pérdida de aficionados. El proyecto pasaba por crear una competición con los 15 mejores clubes del continente (en calidad de clubes fundadores), con una plaza asegurada en la Superliga, y cinco clubes sin plaza garantizada, y que se clasificarían según su rendimiento en la anterior temporada.

 

La nueva competición aspiraba a generar más de 4.000 millones de euros por temporada gracias a los derechos de patrocinio y retransmisiones globales. La cifra más que duplicaba los 1.950 millones de euros que actualmente la Uefa reparte entre los clubes participantes en la Champions League.

 

 

Los nuevos ingresos, a los que se debían sumar los 3.500 millones de euros iniciales a repartir entre los clubes fundadores, ayudarían a los equipos a hacer frente a la disminución en las ventas derivada de la pandemia. Iba a ser el banco estadounidense JP Morgan Chase quien aportase ese capital de manera inmediata “para gastar en estadios, instalaciones de entrenamiento o recuperar las pérdidas producidas por la pandemia del coronavirus”, señaló un portavoz de la compañía.

 

Todo parecía atado y bien atado, hasta que todos los estamentos de poder del fútbol en Europa, desde las ligas nacionales a la Uefa, pasando por deportistas, entrenadores y presidentes de clubes y hasta políticos de la importancia de Boris Johnson, premier británico, entonaron un grito de guerra contra un proyecto que rompía la meritocracia del fútbol.

 

Un español al frente del proyecto

Presidiendo la nueva Superliga se situó Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. El dirigente del equipo blanco encabezaba la estrategia, con los clubes fundadores pendientes de “mantener conversaciones con la Uefa y la Fifa buscando las mejores soluciones para la Superliga y para el conjunto del fútbol mundial, que necesita ser salvado”, tal y como comentó el propio ejecutivo. Su mano derecha en el proyecto fue Andrea Agnelli, presidente de la Juventus de Turín, que tras el anuncio abandonó su cargo como presidente de la Asociación de Clubes Europeos (ECA) para promover el desarrollo de la nueva competición.

 

 

El proyecto era el epicentro de una lucha de poder destinada a marcar el futuro del sector del fútbol europeo. Por un lado, la Uefa y las ligas buscaban mantener su posición dominante frente a los clubes más poderosos, quienes ponían en entredicho a las instituciones reguladoras al considerarse los auténticos protagonistas del negocio, pretendiendo organizar su propia competición, con el sistema de las ligas profesionales norteamericanas como referencia, sin ascensos ni descensos.

 

Muchas prisas y falta de comunicación

Tras haber presentado el proyecto a través de un frío comunicado conjunto, la Superliga empezó a ganar enemigos hora a hora. Incluso los entrenadores de dos de los clubes fundadores, Jurgen Klopp (Liverpool FC) y Josep Guardiola (Manchester City), se posicionasen en contra, demostrando así una ausencia de alianzas internas.

 

En un primer instante, organismos y competiciones como la Uefa, la Fifa, LaLiga o la Premier League se pusieron en contra de la Superliga.Al cabo de unas horas, los gobiernos de Francia, Reino Unido y España también tomaron cartas en el asunto y se posicionaron en contra del proyecto, antes de que los aficionados británicos saliesen en multitud a las calles a protestar bajo el lema: “football is for the fans”.

 

La presión de los hinchas a los dueños de los clubes, juntamente con la invasión de Old Trafford por parte de una multitud de aficionados del Manchester United como protesta a la unión del club al proyecto, tuvo como consecuencia la marcha atrás y la posterior desvinculación del proyecto por parte de Arsenal, Chelsea, Liverpool, Manchester City, Manchester United y Tottenham Hotspur apenas 48 horas después de anunciar su adhesión al proyecto.

 

 

Días más tarde, el Atlético de Madrid, Inter de Milán y AC Milán también descartaron seguir adelante con la Superliga, dejando únicamente a Real Madrid, FC Barcelona y Juventus de Turín como únicos integrantes. Tras ello, la Premier League tomó cartas en el asunto y multó a los clubes que acordaron unirse al proyecto con un total de 22 millones de libras (25,5 millones de euros), es decir, alrededor de 3,5 millones de libras (4 millones de euros) por club. Además, la competición liguera británica también acordó con los clubes una posible multa individual de 25 millones de libras (29 millones de euros) y una deducción de treinta puntos en la clasificación en el caso de que volviesen a unirse a la Superliga u otro proyecto similar en un futuro.

 

 

Por su parte, la Uefa, que preparaba distintas sanciones para los clubes que formaban parte del proyecto de competición, aceptó una donación total de 15 millones de euros por parte de los clubes que salieron de la Superliga, que se utilizó para el fútbol base de las comunidades locales de Europa, además de una retención del 5% de los ingresos que hubieran recibido de las competiciones Uefa en una temporada.

 

Superliga, versión 2

Pese a la desvinculación de nueve de los doce equipos fundadores, la Superliga siguió avanzando en la creación de su estructura jurídica con el objetivo de no ser atacada por organismos como la Uefa o la Fifa, que, desde la creación del proyecto, amenazaron a sus fundadores y trataron de terminar con el proyecto. A mediados de mayo, el Boletín Oficial del Registro Mercantil (Borme) registró el nombramiento de Anas Laghrari como apoderado mancomunado de European Superleague Company, la sociedad con sede en Madrid sobre la que se articulaba formalmente el proyecto.

 

Tras varios intentos por parte de la Uefa de adoptar medidas contra los clubes fundadores, distintos juzgados fallaron a favor de estos equipos, obligando así al organismo europeo a revocar las sanciones que habían impuesto. “La Uefa se ha atribuido la posición, en exclusiva, de regulador, operador y único propietario y gestor de las competiciones del fútbol europeo; esta posición de monopolio, en conflicto de interés, perjudica gravemente al fútbol y su equilibrio competitivo”, utilizaron como defensa clubes como Real Madrid y FC Barcelona.

 

 

La última de las organizaciones en posicionarse en contra de la Superliga además del Gobierno, LaLiga, el Gobierno italiano o la liga danesa fue el Parlamento Europeo, con una postura de rechazo hacia una política deportiva que incluyese “competiciones rupturistas” contrarias a los principios de la libre competencia y el mérito deportivo, como era a su juicio la Superliga. Como consecuencia de las dificultades por las que ha atravesado en apenas unos meses el proyecto de la Superliga europea, los equipos que siguen en ella prepararon en octubre un nuevo borrador en el que se contemplaba la posibilidad de llevar a cabo la competición sin ningún tipo de privilegios, al contrario de lo que se pretendía hacer de forma inicial.

 

Como consecuencia, la competición no contaría con miembros permanentes y estaría abierta al 100% de los clubes con el objetivo de “contentar a los aficionados contrarios a la Superliga”, abandonando así su razón de ser, es decir, la creación de una competición selecta para los clubes de Europa con mayor potencial deportivo y recursos económicos. P