Entorno

2018: el año de la implosión del modelo federativo

La creación de un modelo de negocio claro en torno al fútbol y los intentos de réplica en baloncesto abren una profunda división entre clubes y federaciones, a las que ven como colectivizadores de los derechos sin aportar valor a la industria.

Marc Menchén

19 dic 2018 - 04:57

2018: el año de la implosión del modelo federativo

 

 

El deporte hace años que dejó de ser una mera forma de pasar tiempo libre y hacer ejercicio. La aparición de la televisión, y sobre todo las redes sociales, han convertido a clubes y competiciones en una gran plataforma de comunicación al mundo; canales que muchas marcas quieren utilizar para llegar a los consumidores y que explican que, sólo el fútbol europeo, haya multiplicado por diez sus ingresos desde 1996, alcanzando los 20.000 millones de euros anuales. Un crecimiento que ha atraído a inversores y que, poco a poco, ha ido dando la vuelta a la actual pirámide de stakeholders: clubes y atletas cada vez están más arriba y ponen en entredicho el rol de las federaciones.

 

El ejecutivo que más alto y claro se ha pronunciado sobre esta cuestión es Andrea Agnelli, presidente de la Juventus y miembro de la familia propietaria del equipo de fútbol italiano. “Los clubes somos los únicos que asumimos riesgos; antes valía lo de que esto es un juego, pero ahora es un negocio y hay que tenerlo en cuenta”, señalaba este año el también presidente de la Asociación Europea de Clubes (ECA). Es una opinión extendida entre equipos y competiciones, tanto de fútbol como de baloncesto, balonmano o incluso natación, algunas de las disciplinas donde más problemas se han producido en torno a quién debe tomar las decisiones que pueden marcar el futuro de sus inversiones: “Las federaciones no asumen ningún riesgo; sólo cogen nuestros derechos, los venden y nos devuelven una parte”, critican.

 

El eslabón más débil de la cadena son estos organismos, que mayoritariamente surgieron en el siglo XX para regular las distintas disciplinas en cada país; con el tiempo, se unieron en organizaciones supranacionales para gestionar citas como un Europeo o un Mundial. Eran tiempos en que los clubes eran sociales y sólo pensaban en competir por títulos, no en crear marca, internacionalizarse o aumentar su rentabilidad. Y ha sido en 2018 cuando las costuras del actual modelo federativo han empezado a dar síntomas de resquebrajamiento en múltiples deportes.

 

 

 

 

El principal pulso lo han disputado los clubes europeos de baloncesto, que en el 2000 decidieron crear su propia competición para sustituir al torneo que venía organizando Fiba. Sin embargo, ha sido la guerra abierta en el fútbol del Viejo Continente la que ha abierto decididamente el debate. La ECA ha dicho basta a que se tomen decisiones sin su consentimiento, y la Uefa es la única confederación que ha sabido tomar nota del asunto y permitir a los clubes que participen de la gestión, al igual que ya hacen en los principales campeonatos nacionales, como LaLiga, Premier League o Bundesliga.

 

La creación de Uefa Club Competitions SA, en la que confederación y clubes tienen el mismo número de votos, fue la herramienta para desactivar la idea de una Superliga europea. Documentos filtrados a lo largo de 2018 demuestran que el proyecto iba en serio, y que la firma estadounidense Relevent Sports estaba dispuesta a pagar 500 millones de euros adicionales a lo que venían recibiendo de la Champions League. Incluso se redactó un borrador sobre el formato y el modelo de propiedad, suficiente para forzar un cambio en el rumbo de la competición continental.

 

Los principales equipos, entre ellos Real Madrid, FC Barcelona y Atlético de Madrid, han aceptado seguir bajo el paraguas de Uefa tras asegurarse dos cosas: la primera, aumentar en un 49% el dinero que llega a los clubes por Champions y Europa League, hasta 2.550 millones de euros anuales en 2018-2021; la segunda, un cambio de formato que asegura la presencia de los equipos históricos e introduce un tercer torneo a partir de 2021 para cumplir con la misión de que el dinero del fútbol llegue a todos los países.

 

“Con Uefa tenemos todos los elementos para trabajar felices juntos”, destacó Agnelli en junio, para reiterar que la industria, aquella que inicialmente asume los riesgos, aparcaba la idea de una Superliga privada y situaba 2024 como año clave para continuar avanzando en el desarrollo del fútbol. Un futuro del que la Fifa también quiere formar parte con la creación y ampliación de torneos, siempre bajo el pretexto de generar más dinero para promover este deporte en todo el mundo. Pero hay un problema: no se consultó ni a clubes, ni a confederaciones, ni a las ligas nacionales, las que más amenazadas se ven para preservar su competitividad y atractivo ante las marcas.

 

 

 

 

El regulador de este deporte a nivel mundial ha propuesto un campeonato de clubes cada cuatro años, con 24 participantes (doce de ellos, europeos) que recibirían 60 millones de dólares por edición. Una inyección adicional que Barça y Madrid han respaldan, pero que rápidamente fue rechazada por la Uefa y las ligas europeas por el impacto que eso podría tener en sus respectivos negocios. ¿Por qué? La capacidad de inversión de operadores de televisión y patrocinadores no es infinita, y su atractivo podría rebajar el valor actual de sus derechos. Javier Tebas, presidente de LaLiga, ha sido de los más críticos, pero especialmente relevante fue la oposición de las federaciones europeas: “No permitiré que nadie sacrifique sus estructuras en el altar de un mercantilismo altamente cínico y despiadado”, señaló en mayo su presidente, Aleksander Ceferin.

 

Es un mensaje sincero, pero que quizás llega tarde cuando los clubes ya no sólo tienen un impacto local, sus partidos se ven en todo el mundo y hacen giras en los cinco continentes; cuando las propias federaciones disputan en el extranjero sus supercopas, o cuando LaLiga decide en ser la primera en llevar un partido oficial a otro país. Este ha sido el último capítulo del tensionamiento de las costuras del actual sistema, pues la patronal española está dispuesta a llevar el asunto a la justicia ordinaria.

 

Uno de los protagonistas de esta historia vuelve a ser Relevent, empresa que en su día invirtió más de 100 millones de dólares para crear la International Champions Cup (ICC), que removió los cimientos de la Uefa con su idea de una Superliga, y que ahora se propone llevar un partido de LaLiga Santander a EEUU cada año. Una propuesta revolucionaria, a la que se han opuesto Federacióna, Uefa, Fifa y US Soccer, regulador del fútbol en el gigante norteamericano.

 

La patronal dirigida por Tebas considera que no hay fundamentos jurídicos para prohibir que la competición dispute un partido en el extranjero, ya que a su modo de ver no tendría ningún tipo de influencia en el plano deportivo y cuenta con el visto bueno de los equipos que, sea este año o el siguiente, irían a jugar al otro lado del Atlántico. La Fifa, por su parte, se aferra a sus estatutos como en su día hizo con la prohibición del uso de fondos de inversión para fichar a futbolistas, pese a que muchos equipos criticaron que iba en contra de la libertad de mercado.

 

 

 

 

Ante el recurso a la justicia ordinaria, las federaciones internacionales tienen el único gran argumento de que son las normas que cualquier entidad o atleta debe aceptar antes de entrar en su engranaje de competiciones internacionales. Ahora bien, en la industria existen sonadas excepciones en disciplinas en las que la competición privada ha logrado imponer su visión frente a la del regulador internacional: el baloncesto. La NBA jamás ha cumplido con la obligación de liberar a los jugadores para los partidos entre selecciones nacionales, una cuestión a la que se aferra la Euroliga para avanzar con su proyecto de liga europea de baloncesto.

 

A su favor tiene a la Comisión Europea (CE), en los últimos días de 2017 emitió un fallo en el que advertía a este sistema que discurre en paralelo a las legislaciones nacionales que no todo vale. Y, sobre todo, que no pueden instaurarse medidas coercitivas a la iniciativa privada si esta no afecta al ámbito deportivo, después de la denuncia de varios patinadores por las normas de elegibilidad para selecciones que creó la International Skating Union (ISU). “Las reglas no deben referirse a los intereses comerciales propios de la ISU. La elegibilidad de un atleta no debe depender de si él o ella participa en una competencia que no amenaza esos objetivos deportivos legítimos”, sostiene Bruselas.

 

De ahí que la Fina haya creado unas series globales mejor remuneradas y con los mejores nadadores para desactivar una demanda de varios de los mejores atletas por prohibirse una liga privada. O el deseo de la ITF de convencer a los tenistas con la nueva Copa Davis y no tener que usar la carta de la elegibilidad para ir a los Juegos Olímpicos para contrarrestar el poder de la ATP. ¿Será posible que la iniciativa privada también se acabe imponiendo en el deporte rey?