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El relaciones públicas que jugaba más a la geopolítica que al fútbol

M.Menchén

2 jun 2015 - 21:30

Joseph Blatter (Visp, 1936) no es como Michel Platini o Ángel María Villar. Él jamás rascó bola en el terreno de juego. Lo suyo no era el calzarse de corto el fin de semana ni llegó al mundo del fútbol para ocupar un cargo tras una corta carrera profesional. El dirigente suizo, de 79 años de edad, nació en una familia humilde y se licenció en Empresariales y Economía por la Universidad de Lausanne en 1959. A partir de ahí, el campo de las relaciones públicas es en el que mejor se movió y el que le permitió llegar a la cima del fútbol mundial.

 

Sepp Blatter militar
Joseph Blatter fue coronel del ejército durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.

 

Nada más culminar sus estudios, Blatter se incorporó como jefe de relaciones públicas de la oficina de turismo del cantón de Valais, en Suiza. Entre medio formó parte del ejército de su país y, como coronel, llegó a tener bajo su mando a un grupo de 3.000 personas. Probablemente ahí es donde adquirió las dotes de mando que le han permitido dirigir los designios del fútbol desde 1998 hasta hoy, momento en el que la mano dura militar no ha servido para acallar a las revoltosas federaciones europeas y sus dotes de relaciones públicas no han bastado para limpiar la imagen de una Fifa salpicada por numerosos casos de corrupción.

 

Blatter ha sido una pieza clave del órgano rector del fútbol mundial durante su mayor época de crecimiento, ¿pero cómo llegó ahí? El dirigente suizo entró en contacto con el mundo asociativo en 1964, cuando fue nombrado secretario general de la Federación de Hockey Hielo. Un cargo de poco relumbrón para alguien que con el tiempo ha aprendido a dominar cuatro idiomas (alemán, inglés, francés y español) y que ya en 1972 empezó a escalar posiciones.

 

Primero, como director de relaciones institucionales de la firma relojera Longines, lo que le permitió entrar en contacto con el movimiento olímpico. Después, con un modesto cargo de director de desarrollo de programas, pero ya dentro de la Fifa y con la intención de no quedarse ahí. Después de seis años en los que ayudó a promover distintos torneos que complementaran al Mundial, Blatter logró que en 1981 le promocionaran como secretario general de la Fifa. Ya lo tenía.

 

Este suizo menudo, siempre con una sonrisa en la boca y capaz de seducir a cualquiera, se convirtió en la mano derecha de Joao Avelange, presidente dela Fifa desde 1974. Blatter consiguió retener el poder de la Fifa ante un Ricardo Teixeira que también logró hacerse fuerte en la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) y la propia organización con sede en Zurich gracias a su matrimonio con Lucía, la única hija de Avelange.

 

Sepp_Blatter_&_João_Havelange
Joseph Blatter y Joao Havelange, en una imagen de 1982.

 

Al calor de su jefe, Blatter aprendió cómo controlar sin problemas una organización en la que la Fifa se gana el cariño y lealtad de sus asociados a través de la distribución de los millonarios ingresos que generan los campeonatos mundiales cada cuatro años. A la sombra de Avelange, el dirigente suizo asumió la organización de nueve mundiales, a partir del de España en 1982.

 

En 1998, y con un amplísimo conocimiento de las interioridades de la organización y las debilidades de cada confederación, Blatter se postuló para presidir la Fifa frente a Lennart Johansson,  entonces máximo dirigente de la Uefa. El suizo tiró de su mejor faceta, la de relaciones públicas, para lanzar una dura campaña contra su rival que dio resultados: 111 votos a favor y 80 apoyos para su contrincante sueco. Arrancaba un largo reinado.

 

Ya con todo el poder ejecutivo, Blatter inició una época dorada para las cuentas de la Fifa, que ahora ya generan más de 5.000 millones de dólares por cada ciclo mundialista, pero al mismo tiempo se instauró un régimen pseudomilitar por el que se premiaba por encima de todo la lealtad. Uno de los casos más evidentes, el del propio Ángel María Villar, de la Real Federación Española de Fútbol (Rfef). Su compromiso con el suizo le han valido importantes cargos en la Fifa, pero también el apoyo de la organización en sus pulsos con el Gobierno, como sucedió con la negociación de la venta centralizada de los derechos audiovisuales.

 

Este hombre suizo, al que algunos han calificado de dictador del fútbol, también ha ido aprendiendo con el tiempo. Si en 2002 la Confederación Africana de Fútbol (CAF) presentaba un candidato a relevarlo como hizo con el camerunés Issa Hayatou, Blatter primero lo doblegaba en las urnas y después acallaba al continente con la multiplicación de los fondos destinados a proyectos de desarrollo en sus países y, además, le adjudicaba el Mundial de 2010 a Sudáfrica, por el que también suspiraba Marruecos y que ahora se señala como uno de los focos de corrupción en la Fifa.

 

Joseph Blatter Fifa Qatar 530
El Mundial de Qatar 2022 ha sido uno de los principales problemas de Blatter.

 

Ya no hubo más opositores hasta que el catarí Mohamed Bin Hammam intentó destronarlo en 2011. Nada. Acusaciones de corrupción acabaron con su proyecto alternativo, que hoy aún está más envuelto de polémica por renovadas acusaciones de pago de sobornos para lograr que se le adjudicara a Qatar el Mundial 2022.

 

Y así hasta el día de hoy, un largo período en el que este humilde convertido en todopoderoso se animó a jugar en el tablero de la geopolítica, como en sus intentos de pacificar las relaciones entre Israel y Palestina. Probablemente es cierto que Blatter no tenía las habilidades necesarias para brillar en el terreno de juego, pero tampoco podrá negarse que ha mostrado la misma maestría que cualquier gran delantero para driblar todos los problemas que se ha ido encontrando, como la quiebra de la agencia de marketing ISL que provocó un agujero en las cuentas de la Fifa o las citadas acusaciones de corrupción.

 

Al final, sin embargo, como le sucedería a cualquier otro jugador el paso del tiempo le ha ido apagando su estrella y finalmente se ha topado con una defensa que sí ha sabido frenarle. Se trata del Departamento de Justicia de EEUU, que si bien es un país que no profesa un gran amor por el fútbol, ha sido el encargado de abrir las ventanas y forzar la entrada de aire fresco en una organización dirigida por los mismos hombres desde 1981.