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¿Juegos? No, gracias: la teoría de Oxford que desmonta la utopía olímpica

De media, los Juegos Olímpicos superan el presupuesto en un 172%, el mayor desajuste en cualquier tipo de gran proyecto, según un estudio elaborado por la Universidad de Oxford.

I. P.G.

21 sep 2020 - 04:57

¿Juegos? No, gracias: la teoría de Oxford que desmonta la utopía olímpica

 

 

 

Sólo unos meses después de que la pandemia truncara los Juegos de Tokio, un nuevo vendabal amenaza la llama olímpica. Un estudio de la Universidad de Oxford que sugiere que estos serán los juegos más caros de la historia ha revolucionado el sector, provocando declaraciones encontradas entre investigadores y organizadores. “Tengo cosas más productivas que hacer que analizar un informe”, dijo el vicepresidente del Comité Olímpico Internacional (COI), John Coates. Pero, mientras, el contador sigue corriendo.

 

En la historia de muchas ciudades del mundo quedará para siempre grabado el año en que celebraron sus Juegos Olímpicos. Sus mascotas, sus ceremonias de inauguración y sus medalleros permanecen durante años en la memoria colectiva de sus habitantes. Pero también se quedan las megainfraestructuras, los barrios abandonados y la deuda fruto de un presupuesto que siempre (sin excepción) termina disparándose.

 

No hay otro evento más caro para las ciudades y las naciones que unos Juegos Olímpicos. Sólo en gastos puramente deportivos, el desembolso asciende a 12.000 millones de dólares, de media, según el estudio de Oxford.

 

 

 

 

Cada cita olímpica desde 1960 ha superado su presupuesto, de media, un 172%, descontando la inflación, el mayor desfase en cualquier tipo de gran evento. En los juegos de invierno, la media se sitúa en el 142%; en los de verano, supera el 213%, con una mediana del 120%.

 

Los de Tokio volverán a triplicar el presupuesto, convirtiéndose en los más caros de la historia, según el informe de Oxford, titulado Regression to the Tail: Why the Olympics Blow Up. ¿Lo peor? Según los autores, no es una anomalía estadística.

 

 

 

 

La expresión regression to the tail que da nombre al artículo fue acuñada a principios de año por Bent Flyvbjerg, profesor de la Universidad de Oxford y autor también de este informe. Es la contraposición a un término muy empleado en estadística: regresión a la media o regresión a la mediocridad, acuñado por Francis Galton en el siglo XIX. 

 

Según Galton, si se ha medido una variable y la primera vez se obtiene un valor extremo, en la segunda medición el valor estará más cerca de la media. La regresión a la cola de Flyvbjerg es todo lo contrario: defiende que “es sólo cuestión de tiempo que ocurra un nuevo evento extremo, con un desfase en el presupuesto mayor del visto hasta la fecha, y por tanto más disruptivo y menos planificable”. ¿El consejo de los investigadores? Pensárselo dos veces antes de presentarse como candidato a albergar unos Juegos Olímpicos.

 

¿Por qué se dispara tanto, de forma sistemática, el presupuesto de los Juegos Olímpicos? El estudio apunta a seis factores: la irreversibilidad, los deadlines fijos, el denominado síndrome del cheque en blanco, un programa definido, las planificaciones a largo plazo y el síndrome del eterno principiante.

 

En primer lugar, albergar unos Juegos Olímpicos es una decisión muy difícil de revertir. Esto significa que cuando los costes comienzan a dispararse, como ha ocurrido en todos los Juegos de los que hay registro, las ciudades no tienen la opción de cancelar el proyecto como harían con otras inversiones. La única ciudad en hacerlo fue Denver en 1972.

 

 

 

 

En segundo lugar, tampoco se puede ganar tiempo y repartir el presupuesto a lo largo de más años, ya que la fecha de los juegos es inamovible. Además, la ciudad ganadora tiene la obligación de cubrir posibles sobrecostes, lo que el informe denomina “síndrome del cheque en blanco”. Esto supone, según el estudio, que “el COI no tiene ningún incentivo para reducir los costes, sino todo lo contrario: su objetivo es maximizar los ingresos”.

 

Sólo estos tres factores ya explican en gran medida por qué engordan tanto los costes de este tipo de eventos, pero hay tres más que limitan todavía más la capacidad de las ciudades para ajustarse a un presupuesto inicial.

 

Igual que la fecha, el programa y los estándares de los juegos están definidos: la piscina olímpica, el tartán de las pistas de atletismo o la cancha de baloncesto deben tener unas características fijas, lo que deja a la organización sin margen de actuación.

 

 

 

El quinto factor es que los juegos se planifican con mucho tiempo de antelación, lo que aumenta el riesgo a que ocurra algo inesperado. “El tiempo es como una ventana: cuanto más dura, mayor es la ventana, y mayor es el riesgo de que un cisne negro grande y gordo se cuele por ella”, apunta el informe.

 

Todos estos problemas se agravan por un factor último: el síndrome del eterno principiante. “Si, de manera perversa, uno quisiera hacer tan difícil como fuera posible cumplir con un megaproyecto en tiempo, forma y presupuesto, se aseguraría que aquellos al cargo nunca hubieran hecho algo similar y ubicarían el proyecto en un lugar que nunca hubiera visto algo igual: esto es una descripción bastante exacta de la situación de los Juegos Olímpicos”.